Forma parte ya del lenguaje cotidiano denominar Zona Cero a aquel espacio (físico o no) que ha sido objeto de un acontecimiento de tal magnitud que, automáticamente, pone el contador a cero en la historia particular de ese sitio (físico o no): primero para que no se olvide y, segundo, para que todo pueda ser reformulado desde ese nuevo punto de partida. El momento actual de crisis generalizada puede convertirse (si no lo ha sido ya) en la Zona Cero para la arquitectura en nuestro país: un espacio de tiempo, concreto, a partir del cual nos veremos obligados a buscar nuevos caminos. / Forms part of everyday language to call Zero Zone to that space (physical or not) that has undergone an event of such magnitude that automatically sets the counter to zero in the particular history of that site (physical or not): first so that is not forgotten and, second, so that everything can be reformulated from this new starting point. The present time of general crisis can become (if it has not already been) at Zero Zone for Architecture in our country: a space of time, concrete, from which we will be forced to seek new ways.

13/7/12

ROBERT MAILLART, INGENIERO, VISTO POR MAX BILL, ARQUITECTO



Max Bill, cinta sin fin
En 1949 el polifacético arquitecto suizo Max Bill, por encargo de la importante editorial helvética Les Editions d´Architecture -más conocida como Artemis-, lanzó un interesante libro sobre la obra de su compatriota: el genial ingeniero Robert Maillart. El libro puede entenderse como un homenaje de un arquitecto constructor de formas, Max Bill, hacia otro artesano, en este caso un ingeniero de obra civil, para el que la forma -la imagen- no es una cuestión esencial –como pudiera serlo desde el punto de vista de la arquitectura- y, sin embargo, el resultado de lo construido presenta una altísima expresividad formal que ha hecho de su obra –fundamentalmente los puentes- un referente imprescindible a nivel mundial.

Robert Maillart

Nacido en Berna en 1980, Robert Maillart forma parte, por la fecha en la que realiza sus primeras obras, del selecto grupo de los heroicos precursores del hormigón armado en Europa: Hennenbique, Freyssinet, Auguste Perret; además, por su contribución en el desarrollo de nuevos sistemas estructurales aplicados a los puentes -como fue el sistema en arco triarticulado- y otras estructuras, acompaña sin duda a otros ilustres ingenieros que, en el siglo pasado, hicieron de la técnica arte: Pier Luigi Nervi, Eduardo Torroja, Félix Candela, Eladio Diesde....

Robert Maillart, puente Salginatobel, 1929/30
Max Bill desgrana, en este interesante libro, la mayor parte de la trayectoria de la obra civil de Maillart, que se inicia (¡a los 21 años!) con la primera construcción bajo la patente Maillart de 1901: un puente, de un único vano, de 30 m de luz, diseñado mediante tablero y arco triarticulados, con sección en cajón, ejecutado en hormigón armado sobre el río Inn en Zuoz. Como buen ingeniero que de la necesidad -por ejemplo la de salvar un obstáculo natural- saca virtud, el técnico se convierte también en constructor, fundando en 1902 la Maillart&Cia, con sede en Zúrich, empresa con la que llevará a cabo muchas de sus obras repartidas por la complicada geografía del pequeño país alpino.

Robert Maillart, acueducto en el Cantón de Valais, dibujo y cimbra, 1925
A punto de cumplir los 65 años desde su primera edición, el libro mantiene esa sensación frescura y originalidad que debió producir en el momento de su publicación: la que hace un arquitecto de la obra de un ingeniero al que el autor admira, y curiosamente, no tanto por el resultado magistral de cálculos y leyes de esfuerzos, sino por lo que Max Bill denomina “la expresión artística de la construcción” a la que remite, reiteradamente, en su estudio sobre Robert Maillart. El libro nos presenta unos magníficos dibujos con alzados, secciones y detalles de las principales realizaciones de Maillart, todos ellos a escala y acotados, que resultan admirables por su capacidad de síntesis para explicar, en unas pocas viñetas, unas estructuras tan complejas; a los que acompañan un buen número de fotos en blanco y negro de la construcción y de la obra terminada.

Robert Maillart, puente Val Tschiel, dibujo de la cimbra y el puente terminado, 1925 

Si lo que nos cuentan los planos de geometrías, e incluso armados, de algunos puentes, y de otras obras de edificación, resultan apasionantes, no lo son menos aquellas grafías en las que junto con el puente se dibuja, y dimensiona, otros de los componentes geniales de la obra de Maillart: sus cimbras. Es decir, la obra de carpintería previa a la configuración de la pieza que es, en sí misma, una obra magistral de ingeniería y que utiliza como material base, lo que el propio lugar que va a recibir la infraestructura ofrece: la madera que tapiza sus laderas. Acostumbrados como tenemos nuestros ojos a las contemporáneas vistas de viaductos y puentes cimbrados con toda una suerte de artilugios prefabricados que, más bien, se amontonan unos sobre otros hasta alcanzar la cota de vertido, el repaso de las delicada cimbras de madera, diseñadas, y dibujadas, como un elemento más del puente se antojan como una quimera. Algunas de estas estructuras provisionales dependían directamente de la mano genial de Maillart y otras, como la imposible cimbra del Salginatobel, que se proyecta en voladizo (de madera) desde ambos lados del barranco para encontrarse en el vacío, están firmadas por ingenieros de la talla de R. Coray.

Robert Maillart, puente Rossgraben, geometría y dimensionado de la cimbra de madera y sus nudos, 1932 

Robert Maillart, puente Aare, sección con la cimbra de madera y sus apoyos en el lecho de río, 1911/12 

Robert Maillart, Salginatobel, primera fase de la cimbra
Este último, el puente Salginatobel cerca de Schiers, en el cantón de Graubünden, construido en un tiempo récord, entre 1929 y 1930, supone la obra cumbre de la técnica y sabiduría de Maillart, y sigue siendo una de las piezas de referencia de la ingeniería civil de todos los tiempos. Con sus 133 m de longitud de los cuales 90 los salva el arco triarticulado que soporta el tablero de rodadura, para quedar, luego, suspendido a 90 m. por encima del fondo de la maciza garganta. La imagen de la silueta del puente recortada sobre el fondo del barranco nos es tan familiar, que se nos antoja que esta enorme pieza de hormigón siempre ha estado ahí; que haya surgido como por encantamiento, tal es su integración paisajística, entre las paredes rocosas sobre las que delicadamente descansa. Generaciones de ingenieros, y también arquitectos, han visto en esta obra no sólo un soberbio ejemplo de adecuación técnica y constructiva para un enclave de enorme complejidad topográfica sino, principalmente, la demostración de la sensibilidad artística de Maillart para hacer dialogar la infraestructura con el paisaje que la rodea.
Robert Maillart, puente Salginatobel, detalle de un segmento del puente y montaje de la cimbra, 1929;
 abajo:el puente en la actualidad
Además del diseño y construcción de puentes, Robert Maillart también patentó distintos sistemas destinados a la edificación y colaboró, como consultor, con algunos arquitectos de la época. En colaboración con el arquitecto Hans Leuzinger llevaron a cabo en 1939, el magnífico pabellón realizado en hormigón para la Zementhalle de la Exposición Nacional Suiza celebrada en Zúrich: una construcción de una planta articulada alrededor de un patio central cubierto por una cáscara de hormigón, de directriz parabólica, ejecutada mediante hormigón proyectado sobre una cimbra continua.

Robert Maillart, cáscara de hormigón del Zementhalle, 1939




















Fuentes:
+ Robert Maillart, autor: Max Bill, Artemis, Zúrich, 1949
+ Max Bill en este cuaderno: Arquitectura suiza. Entrega 2