Un buen libro es como un buen edificio, siempre tendrás a mano una buena excusa para revisitarlo; bien para encontrar aquello que una primera (o incluso segunda) mirada no descubrió, o bien, simplemente, para volver a disfrutarlo. El profesor Reyner Banham (1922-1988) nos tenía bastante mal acostumbrados a leer los edificios a través de sus ojos de ingeniero, mostrándonos con una prosa casi novelesca el intrincado mundo de las etapas heróicas de la arquitectura moderna que el vivió –en determinados momentos- en primera persona.
Si indispensables son títulos suyos como: Teoría y diseño en la era de la máquina (1960) o La Atlántida de hormigón (1986), la (re)lectura de El brutalismo en arquitectura ¿Ética o Estética? (edición española de 1967) se hace todavía más necesaria. Reyner Banham nos muestra en El Brutalismo el espíritu de una época, a la que los arquitectos solemos volver la mirada reiteradamente ‑quizás más en los últimos tiempos- unas veces con nostalgia de aquello que pudo ser, y como la historia, tercamente, se encargó de demostrar, nunca llegó a ser. Una década, la de los años 50, de crisis y reconstrucción, en la que casi todo estaba por hacer, cinco años después de aquello que convirtió a la vieja Europa (de nuevo) en un montón de escombros. Años de la guerra fría como el hielo y cortante como las alambradas que coronaban el muro de la vergüenza que partió en dos a Europa.
Años de crisis en los que algunos arquitectos (jóvenes), mantenían todavía cierta esperanza en que la arquitectura podría (o, al menos, ayudaría) a resolver los problemas de la sociedad; aquellos mismos que se encargaron de finiquitar el Movimiento Moderno, aunque ya éste, en realidad, había previamente firmado su certificado de defunción como consecuencia de su propio ensimismamiento.
El profesor Banham nos acerca a la joven generación de arquitectos del Team X (ponentes del último CIAM, el X de 1956, de ahí su apelativo) encabezados por los Smithson (Peter y Alison) a los que se unieron compañeros de la talla de Bakema, Candilis y Aldo van Eyck, entre otros, que, y en un primer momento (de ahí la interesante mirada que el crítico e historiador hace de este momento inicial), vuelven también ellos la vista hacia la etapa fundacional del Movimiento Moderno en busca de respuestas. En los años de las vanguardias históricas indagan sobre los creadores de formas, no sólo Le Corbusier o Mies van der Rohe sino, también, Rietveld o Hugo Häring. Sin embargo, son las alargadas sombras de los dos grandes padres de la arquitectura moderna las que, de nuevo e inevitablemente, se proyectan sobre este escenario para prender la mecha de este nuevo -ismo. Dos piezas de Le Corbusier y un conjunto de Mies, centellean ante los ojos de la joven pareja de los Simthson y, posteriormente, en muchas retinas de arquitectos de su generación, como por ejemplo James Stirling.
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Le Corbusier, Unité d´habitation, Marsella (1945-1952) |
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Le Corbusier, casas Jaoul, Neully, París (1956) |
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Mies van der Rohe, Alumini Memorial Hall, IIT, Chicago (1947) |
La Unité d´habitation de Marsella (1945-1952) en un primer momento y, posteriormente, la aparición en escena del bloque de casas Jaoul en Neully, París (1956), las dos de Le Corbusier; junto con el conjunto para el Illinois Institute of Technology, en Chicago, de Mies van der Rohe -cuya primera fase se completó en 1947- se reflejan en algunas obras que dan nombre (e imagen) a este movimiento: la Escuela de Secundaria de Hunstanton de Peter y Alison Smithson, proyectada en 1948 y terminada en 1954; y el bloque de viviendas en Ham Common, Londres, de Stirling y Gowan (1958).
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Alison y Peter Smithson , Escuela de secundaria en Hunstanton, Norfolk (1948-1954) |
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James Strirling & James Gowan, viviendas Ham Common (1955-1958) |
El Brutalismo, como tantas otras fases de la arquitectura del pasado siglo, tuvo principio, fase de polémica, desarrollo -incluso con Manifiesto- y epílogo. Sin embargo, acostumbrados, como estamos, a etiquetar todo aquello que muestra unas determinadas características comunes, y a fijar en imágenes el cambiante fluir de los movimientos arquitectónicos, al igual que el profesor Banham, me quedo con una foto fija de la época que puede definir este trance: el uso que de los materiales hacen sus autores. Hormigón, ladrillo y acero se expresan con toda su contundencia; no hay término medio: o lo tomas o lo dejas; el material es el que es. Una apuesta arriesgada que hace retornar a los edificios a su estado más puro, aquel que es capaz de expresar algo mostrando sus tripas. Como resume magistralmente el profesor Banham se alcanza ese estado en el que el MATERIAL HABLA POR SÍ MISMO.
Curiosamente (y dando por descontado que la historia de la arquitectura es cíclica: va y viene), esta misma pasión por la expresión intrínseca de los materiales es algo recurrente en lo que, en el fin de siglo, se denominó Minimalismo (aunque, y de acuerdo con el profesor Josep María Montaner, corresponde más bien a un maximalismo) dado que una de las características del modo de hacer minimalista estriba en la SUBLIMACIÓN de los materiales que dan forma al objeto arquitectónico: sacar el máximo partido (de ahí maximalismo) a las cualidades expresivas de un material y, a ser posible, utilizando una mínima (de ahí minimalismo) paleta de materiales; lo que nos lleva, de nuevo, al famoso aforismo menos es más.
Fuentes:
+ El brutalismo en arquitectura ¿ética o estética? Reyner Banham
Editorial Gustavo Gili, 1967