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Eladio Dieste, Iglesia de Atlántida, Uruguay, 1960 |
En lo que
llevamos recorrido de siglo y milenio, la aproximación por parte de críticos,
estudiosos y arquitectos a la idea de una manera de "hacer" arquitectura directamente
relacionada con “la tierra”, con lo natural, no para de crecer. Desde el otro lado
del puente que nos trajo del XX al XXI, hemos caído en la cuenta que la escasez
de recursos, el aumento de la población mundial y la entrada en escena de
países, antes silentes, que reclaman su posición en este mundo globalizado,
exige, urgentemente, una seria reflexión también en arquitectura, una
disciplina que fagocita una gran cantidad de recursos, energía y territorio. De
ahí, el interés mostrado por las revistas especializadas en la vuelta a lo
natural, a la etiqueta “sostenible” (pegada sobre cualquier cosa que tienda a
cierto color verdoso) y a las técnicas ancestrales de construcción. Recientemente,
otro -ismo cabalga por las letras impresas: el (nuevo) primitivismo. Del
optimismo de la década de los 60 por las ciudades mutantes de Archigram hemos vuelto,
en un viaje circular, al sombrajo bajo los árboles de Laugier.
Quizá
estos posicionamientos extremos se producen porque no damos suficiente
importancia a las cuestiones intermedias, aquellas que siempre han conectado el
acto de construir con su tiempo y con los limitados recursos disponibles.
Ejemplo de estas posiciones respetuosas con el entorno y con un uso racional de
las técnicas nos lleva al otro lado del Atlántico, a Uruguay, al encuentro con
uno de los pioneros de la
arquitectura anclada a “la tierra” y a “la materia” como fue el inconmensurable
ingeniero Eladio Dieste (1917-2000). De nuevo, y como es ya norma en este
cuaderno, la aproximación a este importante –y, en ocasiones, poco conocido-
constructor, la hacemos de la mano de una publicación: la imprescindible Eladio Dieste, 1943‑1996, un libro que
resumió en 1996 el pensamiento y las obras del maestro de Artigas con motivo de
la exposición itinerante de su obra y pensamiento que se celebró entre Montevideo (1996) y Sevilla
(1997).
Otra vez,
y como apunté con Robert Maillart desde la mirada de Max Bill, nos acercamos al
hecho construido y a la arquitectura de la mano de un ingeniero. Nadie pone en
duda, cuando avistamos en el horizonte el centenario de su nacimiento que Eladio
Dieste era ingeniero de vocación y arquitecto de pensamiento. De hecho, William
J.R. Curtis en su indispensable Modern
Architecture since 1900, se refiere a él con el doble apelativo de
arquitecto/ingeniero.
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Rosetón cerámico, Iglesia de San Pedro, Durazno |
La obra, y
también la vida por qué no decirlo, de Eladio Dieste estuvo regida por un
fuerte (a veces beligerante) posicionamiento en relación a la búsqueda de lo
esencial, lo verdadero, y la dimensión social de lo que se construye: “Una arquitectura sana no puede producirse
sin un uso racional de los materiales de construcción” o “Creo que una arquitectura que tenga en
cuenta los hábitos o gustos de la gente, nuestro clima.....lo estructural y lo
constructivo vinculado a nuestras posibilidades, las capacidades de nuestros
obreros y con el imponderable de la expresión de nuestra luz y nuestro paisaje,
habrá que tener un matiz nacional”; son algunas píldoras que no dejó el
maestro para el que la materia y la técnica ligadas a la economía resultaban
fundamentales para anclar lo que se construye al entorno, evitando, así, la
copia o la repetición de modelos importados totalmente inadecuados para el
especial y cambiante clima uruguayo.
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Eladio Dieste, Silo horizontal en Río Negro, Uruguay, 1978 |
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Campanario de la Iglesia en Atlántida, |
Dieste
forma parte de ese selecto grupo de ingenieros que ya desde a principios del
siglo XX emocionaron a Le Corbusier y otros maestros modernos: gente talentosa,
dispuesta a poner en práctica, inmediatamente, los conocimientos adquiridos;
técnicos que tomaban riesgos buscando soluciones para necesidades concretas,
como los grandes constructores de silos americanos genialmente descritos por Reyner
Banham en La Atlántida de hormigón. Dieste
fue uno de esos precursores que logró construir un método, el de la cerámica
armada, desde el estudio y la respuesta
a necesidades concretas tanto para la industria (naves), como las
infraestructuras (torres de agua, estaciones de servicio) o en las
construcciones para la comunidad (gimnasios e iglesias). De hecho su actitud
innovadora le permitió patentar distintos sistemas y hoy en día una de las
empresas que fundó, sigue ofreciendo sus servicios bajo la dirección de uno de
sus hijos.
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Eladio Dieste, Bóvedas gausas en la nave Herrera y Obes, Montevideo, 1979 |
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Bóvedas autoportantes en la Terminal de autobuses en Salto, 1980 |
La técnica
de Eladio Dieste está basada en el uso de un material ancestral como es el
ladrillo. Con estas piezas durante siglos se ha dado forma y soporte a casi
todas las culturas desde la antigüedad hasta nuestros días. Un material nacido
directamente de la tierra que puede ser usado sin apenas manipulación
(directamente del molde y secado al sol) o como pieza altamente tecnificada
como la podemos encontrar, hoy en día, en infinidad de edificios por todo el
mundo. El maestro uruguayo añadió a otra técnica ancestral traída desde Cataluña
y Valencia, las bóvedas tabicadas (que nos lleva, a su vez, al encuentro con
otros pioneros de la arquitectura y a la construcción: los Guastavino, padre e hijo y F. Candela en América y E. Torroja en España),
sus conocimientos como ingeniero para crear finísimas cáscaras de ladrillo
unidas simplemente con mortero y armadas -para resistir tracciones- con barras
de acero. Todo bajo el concepto de forma resistente, es decir aquella que es
estable a través de su geometría: bóvedas, cúpulas y estructuras plegadas resueltas la mayoría de
ellas con la técnica de la cerámica armada. Sin duda, los logros de Dieste como
ingeniero son notables desde el punto de vista de las luces alcanzadas y la
variedad de sistemas que el maestro uruguayo nos regaló; no obstante quisiera
detenerme un momento en la idea de la “materialidad de sus obras; de la
presencia de ladrillo y la forma como creadores de espacios, de la “poética”
arquitectónica.
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Eladio Dieste, Iglesia de Atlántida, Uruguay, 1960 |
Dieste
trabaja el ladrillo del mismo modo que Le Corbusier su béton brut; desnudo, al aire la mayoría de las veces y sin ningún
revestimiento, dejando expuestas tanto la textura de las piezas (también muy
toscas), como la rugosidad de las juntas de mortero y la tensión de los
ondulados (o quebrados) planos que forma los techos y paredes. Una sinceridad en
la que los materiales y las técnicas hablan por sí solos sin necesidad de más
adjetivos. En este sentido la obra de Dieste alcanza su cénit en la inigualable
Iglesia la Atlántida, construida en el Departamento de Canelones, Uruguay, en
1960 y con una reciente, y conocida, réplica en Alcalá de Henares (también de
los modelos desarrollados en la iglesias de Malvin y Durazno).
La Atlántida es
puro movimiento. Las paredes y los techos forman una suerte de mantos
suavemente ondulados, petrificados en ladrillo, que conducen al visitante hacia
el altar envuelto en la tenue luz que se filtra por los pequeños huecos
practicados en las cabezas de las inclinadas cáscaras laterales (conoides de
directriz recta). El presbiterio se marca en el espacio con un gruesa pared de
ladrillo que se detiene a mitad de altura de la nave, dejando pasar visualmente,
y por detrás de él, la marea de las
dos ondas laterales que se detienen sobre un paño ciego que cierra el fondo de
la iglesia. La fachada invita a acceder al templo con los brazos abiertos que
forman el arranque de los planos ondulados de los cerramientos laterales; sobre
una simple abertura que señala la entrada, Dieste elabora un delicado tema en
cerámica, un retablo geométrico resuelto de tres franjas horizontales en la que
se van alternado estrechos huecos girados respecto de la directriz del plano de
fachada y sobre el que se levanta el primer “labio” de la cubierta cerámica. La
torre, esquinada en un lateral de la parcela, retoma ancestrales técnicas
constructivas para ofrecernos una esbeltísima columna calada compuesta por
apretadas pilastras de ladrillo, arriostradas por los peldaños prefabricados de
la escalera helicoidal que alberga y que se muestran al exterior con un ritmo
de increíble plasticidad.
Recomiendo
a todo aquel que se interese tanto por la obra como por el pensamiento de este
indispensable autor, una mirada atenta a esta publicación que, sin duda, nos
hace pensar si acaso no deberíamos prestar más atención a aquello que está
justo delante de nuestros ojos, al alcance de cualquiera, antes de dar por
terminado un camino que ni siquiera hemos comenzado a andar y buscar,
desesperadamente, la luz en un nuevo -ismo.
Fuentes:
+ Eladio Dieste, 1943‑1996.
Editado por la Consejería de
Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía. 1996.
+ Disparos sobre arquitectura 4. Eladio
Dieste. Farq/Uruguay. 2003
+ Eladio Dieste, el señor de los
ladrillos. Paula Cambursano, Julia Di Paolo, Vanessa Stefoni
+ Modern
architecture since 1900. William J.R. Curtis. Phaidon
+ Arquitectura Viva 151. Local Material. Back to Bassic.
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